A veces uno se encuentra con sorpresas muy agradables en sus paseos por rincones un tanto apartados. Os cuento un caso reciente.
El río Leitzaran tiene dos arroyos afluentes con el mismo nombre: Ormakio (u Ormaki). Los dos están en su margen derecha; uno de ellos en el término navarro de Leitza, y el otro en el guipuzcoano de Elduain, justo al oeste, limítrofe con Eldua (Berastegi) y Andoain. Me voy a referir a este último. El vallecito del arroyo Ormakio mide escasamente tres kilómetros, y no tiene muchos elementos destacables (aparte de su riqueza forestal y posibilidades ganaderas): unos grupos de bordas pastoriles (ya en ruinas), unas pequeñas catas mineras, las captaciones y canal de agua de la minihidráulica de Mugeta y, quizá, algún antiguo sel.
En cualquier caso, no es un lugar de destino habitual para un montañero o paseante, ni tampoco lugar de paso para los montes próximos. Salvo despistes (que también los hay) el visitante del Ormakio termina en el vallecito con intención de ver algo concreto (incluida la pesca), o bien recorriendo caminos en plan explorador. Por ello no es de extrañar que los caminos y pistas que lo recorren queden inservibles por la maleza en cuestión de pocos años.
Hace unos días me dirigí a ese vallecito con intención de visitar las ruinas de unas bordas que conocía de hace años; quería ver si aún podía hacerse alguna foto, y también localizar una fuentecita próxima. Tomé la pista forestal "general" que sube desde Inturia hacia Argarate, y al poco tiempo me desvié por otra pista que se dirige hacia el Ormakio por su margen izquierda; es una pista que se termina en el propio vallecito. Al principio estaba medio cerrada por el típico monte bajo: brezos, argomas, zarzas... aunque aún era transitable.
Aspecto de los primeros cien metros de pista
De repente, transcurridos unos cien metros... ¡la sorpresa! a partir de ese punto alguien había desbrozado la pista en toda su anchura. Y en toda su longitud restante, casi un kilómetro. Más aún, después de esa pista el desbrozador ha limpiado algo y pisado un antiguo camino que continúa por la orilla izquierda, en dirección a la
presa de Mugeta; lo seguí un trozo, pero al ir solo me di media vuelta en un punto algo delicado.
Y ¡otra sorpresa! Hacia la mitad de esa pista partía en tiempos un sendero que, después de cruzar el arroyo, subía hacia las bordas que quería visitar. Pues bien... ¡también estaba desbrozado! Mismamente como si el desconocido desbrozador hubiese adivinado anticipadamente mis futuras intenciones de recorrer, precisamente, esos caminos. Increíble.
Creo que será difícil que la persona (o personas) que hicieron esa limpieza lean esto, pero me gustaría agradecérselo, y conocer el motivo de su trabajo.
PD.- Aunque la pista tiene su buen par de metros de anchura, el desbroce se hizo a pie, pues hay un par de sitios por los que no ha pasado ningún vehículo.
Y así de primorosa estaba después