Se distinguían desde muy lejos, pues tenían unos 20 metros de altura y estaban colocadas en las cimas; por ello conferían un carácter inconfundible a las siluetas de los montes portadores.
Debieron de usarse muy poco, o nunca, pues a los pocos años de su construcción presentaban ya un aspecto muy destarlalado y de abandono. En 1962/63 aún no se habían levantado (lo deduzco del libro Montañas guipuzcoanas, de Luis Peña Basurto, en el que no se mencionan), y en 1977 ya se estaban rompiendo.
Una de estas torres se erigió en el monte Urdelar, que está en el cordal Uzturre-Ipuliño (el cual forma la divisoria de aguas suroccidental del valle del Leizarán). Por ello he publicado en la web del Leitzaran un pequeño artículo sobre ella: la torre de Urdelar. En cualquier excursión o travesía que pasase por esa cumbre era casi obligatorio subirse a la torre; si no, era como no dejar la tarjeta en el buzón cimero. Sólo se abstenían los que padecían vértigo. La vista desde lo alto no era en realidad mucho mejor que desde el suelo, pero la sensación aérea valía la pena la trepada. En su última época era ya un triunfo subir con la escalera medio rota.
A principios de los ochenta, no sé exactamente cuándo, En octubre de 1983 la torre por fin se vino abajo. Me imagino que algún vendaval de febrero Un vendaval terminó doblegándola. En el suelo se quedaron sus hierros retorcidos.